miércoles, 9 de diciembre de 2009
Despertares
Suena un zumbido dentro de mi cabeza, lejano y molesto. Siempre avisa temprano, siempre antes de tiempo... Adelantado, como todos los relojes que alguna vez tuve. Agarro las mantas y, al arrullo de un gemido ininteligible, le doy la espalda al amanecer que se cuela por las rendijas de la persiana. Aspiro fuertemente los restos del sueño de la noche pasada aún reciente sobre la almohada y enseguida que uno de mis pies toca las gélidas lamas de madera, me arrastro como una autómata, somnolientamente hacia la cocina y preparo el desayuno: cafetera para una familia numerosa. Capacidad: ocho tazas, ni una menos. He aquí la primera de mis adicciones. Aún no me preocupa demasiado, aunque algún día lo hará, me quitará el sueño y tendré que aflojar. Me froto la cara pero no me pongo las gafas, no todavía. Me gusta verlo todo borroso y alargar así un poco más la noche. Llego al baño y tomo asiento en primera fila. Es posible que haga pis, o quizás no, pero siempre me miro los dedos de los pies... me entretiene verlos tamborilear en la alfombrilla. Justo antes de terminar mis ejercicios matutinos me visita el olor amargo y familiar del café. Vierto el brebaje pardo en una taza digna del papá oso de Ricitos de Oro. Sin leche ni azúcar. Americano para mí. Primera sonrisa del día. Enciendo el ordenador y cliqueo aquí y allá elaborando cuidadosamente una lista de reproducción que marcará el ritmo del día. Suena el primer tema y ahí viene, ya llega… la segunda sonrisa del día. Ahí empieza todo.
jueves, 5 de noviembre de 2009
miércoles, 7 de octubre de 2009
Arriando banderas
Voy contándote mis dudas de a poco, calculando el tono de mis palabras y los gestos de mi cuerpo con la precisión de un experto relojero suizo.
Voy confesándote mis temores porque quiero llegar a algún punto lejos de donde estamos ahora, de donde siempre estuvimos. No me preguntes dónde se encuentra ese paraíso emocional de sincera espontaneidad y confidencias íntimas porque no tengo ni la más remota idea. Sólo sé que ya me cansé de esta verborrea que venimos manteniendo desde hace demasiado tiempo.
Estoy nerviosa. Entiéndelo, es la primera vez. Apoyados en la barra del bar, voy contándote. En una mano, la tercera o cuarta cerveza del sábado por la noche y en la otra, esta caprichosa afición mía de querer hacer un doble salto mortal hacia atrás y aterrizar en tu cuello cada vez que nos vemos. Pero me quedo quieta, porque quiero avanzar contigo y porque fantaseo a diario con este viaje iniciático en el que estoy embarcada con él. Te cuento mis miedos mientras intento convencerme a mí misma de que esta nueva realidad distanciada es lo mejor que podía pasarme: yo aquí, él allá. Después de tanto tiempo correteando por el monte, una estrecha relación vecinal no hubiese sido la mejor solución y, sin embargo, soy consciente de que esto no me ayudará a superar la tendencia que tengo a encaramar a mis amantes arriba de un pino.
Me das tu opinión sobre el tema: bueno, déjate llevar… (¿¿¿!!!!???) Aparto la mirada intentando esconder mi total y absoluta estupefacción y me pregunto si nos conocemos de algo, si tu cabeza llegó a procesar mis palabras alguna vez o si en todo este tiempo escuchabas a la vecina del quinto… Respuesta equivocada. Sin duda, un: “pisa el freno, aparca tu imaginación y tómatelo con calma”, hubiese sido lo más correcto. Hasta habría aceptado un encogimiento de hombros acompañado de un sencillo: no sé, no contesto.
Borrón y cuenta nueva.
Mejor seguir amarrados a la barra del bar y abandonar esa absurda idea del paraíso idílico fraternal que, a tu lado, es un mero espejismo utópico. Dejemos las charlas sentimentales y existencialistas para otros.
Estoy nerviosa. Entiéndelo, es la primera vez. Apoyados en la barra del bar, voy contándote. En una mano, la tercera o cuarta cerveza del sábado por la noche y en la otra, esta caprichosa afición mía de querer hacer un doble salto mortal hacia atrás y aterrizar en tu cuello cada vez que nos vemos. Pero me quedo quieta, porque quiero avanzar contigo y porque fantaseo a diario con este viaje iniciático en el que estoy embarcada con él. Te cuento mis miedos mientras intento convencerme a mí misma de que esta nueva realidad distanciada es lo mejor que podía pasarme: yo aquí, él allá. Después de tanto tiempo correteando por el monte, una estrecha relación vecinal no hubiese sido la mejor solución y, sin embargo, soy consciente de que esto no me ayudará a superar la tendencia que tengo a encaramar a mis amantes arriba de un pino.
Me das tu opinión sobre el tema: bueno, déjate llevar… (¿¿¿!!!!???) Aparto la mirada intentando esconder mi total y absoluta estupefacción y me pregunto si nos conocemos de algo, si tu cabeza llegó a procesar mis palabras alguna vez o si en todo este tiempo escuchabas a la vecina del quinto… Respuesta equivocada. Sin duda, un: “pisa el freno, aparca tu imaginación y tómatelo con calma”, hubiese sido lo más correcto. Hasta habría aceptado un encogimiento de hombros acompañado de un sencillo: no sé, no contesto.
Borrón y cuenta nueva.
Mejor seguir amarrados a la barra del bar y abandonar esa absurda idea del paraíso idílico fraternal que, a tu lado, es un mero espejismo utópico. Dejemos las charlas sentimentales y existencialistas para otros.
martes, 29 de septiembre de 2009
Terapia de choque
Vamos a ver. Analicemos la situación objetivamente y ante todo mucha calma. Esto que te está ocurriendo es pasajero, seguro... igual que un pequeño y molesto resfriado: en unos días se te pasará, lo olvidarás.
Concéntrate y repite conmigo: No te estás enamorando, no te estás enamorando...
Concéntrate y repite conmigo: No te estás enamorando, no te estás enamorando...
martes, 28 de julio de 2009
Premonición
Esta mañana he advertido que hace ya algunas semanas que te vienes escapando por las noches. Ahora, en tu lugar, sueño con dogos parlantes y pepitas de oro.
Esta mañana he sabido que finalmente escogiste un lado de la cama porque ya no duermes solo. Quizás por eso tus ausencias nocturnas y tus silencios de día. Ahora tienes quien te sueña, pero sin agua de por medio.
miércoles, 22 de julio de 2009
Aniversario
Seis meses y ahí siguen mis pequeñas cosas empacadas, todas vírgenes e inmaculadas, como si acabaran de llegar. Se niegan a obedecer, a adaptarse a los nuevos tiempos. Dicen que no cesarán hasta que el bueno de Mr. Hyde se anime a protagonizar otro de sus episodios disociativos. Dicen que se sienten estafadas y protestan desperdigándose por el piso, despertándome a media noche con desafinadas y espontáneas caceroladas reclamando su dosis de Nuevos Aires. Revolucionarias… ¡de dónde habrán sacado esas ideas!
Tomo asiento, me remango la camisa y también los bajos de los pantalones e intento negociar… Tienen que entender: no habrá más adioses por ahora. Se agotaron las minas de plata y es tiempo de batirse el cobre. Aunque, tampoco les culpo, yo también echo de menos los moluscos acidulados al compás de Michelle, los golpeteos percusionados y las cuerdas punteadas de sus dedos sonrientes… yo también extraño la felicidad.
La señorita del todo guardado y escondido en compartimentos se tropieza día y noche con ese reloj que no tenía, con esos planes que no hacía y con esa cicatriz desordenada de la pierna izquierda que parece más grande desde que volvió.
Tomo asiento, me remango la camisa y también los bajos de los pantalones e intento negociar… Tienen que entender: no habrá más adioses por ahora. Se agotaron las minas de plata y es tiempo de batirse el cobre. Aunque, tampoco les culpo, yo también echo de menos los moluscos acidulados al compás de Michelle, los golpeteos percusionados y las cuerdas punteadas de sus dedos sonrientes… yo también extraño la felicidad.
La señorita del todo guardado y escondido en compartimentos se tropieza día y noche con ese reloj que no tenía, con esos planes que no hacía y con esa cicatriz desordenada de la pierna izquierda que parece más grande desde que volvió.
jueves, 23 de abril de 2009
Mi milagro favorito
Murió de repente un día o quizá de noche, aunque probablemente fuera al amanecer pues le gustaba viajar por las fronteras y no consentía que nada sucediera al azar, ni siquiera, y sobre todo, su muerte. Se fue sin avisar, sin despedirse, sin hacer apenas ruido, del mismo modo en que vino. Murió y no le importó, pues lo que le aguardaba tras ese último aliento moribundo que desprendía imparable el hedor a muerte enferma, fue lo más bello que le ocurrió en vida. Se reencarnó en lo único que como ser humano fue capaz de amar incondicionalmente sin reservas ni vergüenza. Él se transformó en ella y, tal como fue su deseo, nunca fue pronunciada. Cubrió por entero su alma con tinta espesa y negruzca y vistió miles de páginas blancas con su traje de luto, impregnándolas de sensualidad y sabiduría. Murió y se volvió palabra.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)