sábado, 21 de marzo de 2009
Andares
A veces la gente se me queda mirando por la calle. Será porque me gusta caminar de puntillas. No es que pretenda parecer más alta, cierto es que soy pequeña, pero para eso ya están los tacones. Yo sólo aspiro a que mis pies se habitúen a la falta de contacto con el suelo, por si un día de estos se animan y echan a volar.
jueves, 19 de marzo de 2009
Souvenirs
- Y dinos: ¿cómo te fue por Europa?
- Pues si te digo la verdad, ha sido un viaje inolvidable. He traído un montón de recuerdos conmigo.
- ¿Qué son? ¿Fotografías?
- ¡Qué va! Creo que el tipo las tiró al tacho para que su mujer no las viera.
- ¿Pues qué trajiste entonces?
- Algo... cómo diría yo, más personalizado. Ya sabéis, lo tradicional de allá.
La adolescente se levanta la falda del vestido y muestra una a una las cicatrices rojizas sobre su piel tersa y morena. Después, se lleva la mano al vientre aún liso y dibuja un arco esférico, prominente.
- ¿Otro más? Mira que éste es el tercero ya…
- Bueno, con el próximo rubio tendré más suerte, seguro.
- Pues si te digo la verdad, ha sido un viaje inolvidable. He traído un montón de recuerdos conmigo.
- ¿Qué son? ¿Fotografías?
- ¡Qué va! Creo que el tipo las tiró al tacho para que su mujer no las viera.
- ¿Pues qué trajiste entonces?
- Algo... cómo diría yo, más personalizado. Ya sabéis, lo tradicional de allá.
La adolescente se levanta la falda del vestido y muestra una a una las cicatrices rojizas sobre su piel tersa y morena. Después, se lleva la mano al vientre aún liso y dibuja un arco esférico, prominente.
- ¿Otro más? Mira que éste es el tercero ya…
- Bueno, con el próximo rubio tendré más suerte, seguro.
miércoles, 18 de marzo de 2009
Nuevas sensaciones
Ayer sufrí mi primer ataque de pánico. Me sorprendió en plena calle, entre excavadoras excavando, bocinas bocinando, perros ladrando y niños llorando; en definitiva, en medio del caos urbanístico de Madrid. No sé cómo pude contenerme y no me cargué a nadie, pero de haber tenido un coche ni lo habría dudado: volantazo a la derecha, invasión de la acera y algunos peatones y mi angustia volando por encima del capó. Por lo menos dos o tres. Pero claro, no conduzco, ni siquiera tengo carné, y por eso he terminado en esta sala de urgencias amarrada a un gotero y con mis absurdas desgracias a la intemperie, porque no poseo un vehículo motorizado.
Ayer salí a pasear porque hacía sol, porque cuando camino puedo pensar tranquilamente y porque no tenía absolutamente nada que hacer. Sin embargo, por razones que desconozco y que habrá de explicarme mi psicólogo, lo que debía haber sido una estupenda tarde primaveral acabó convirtiéndose en una aversión irrefrenable hacia todo bicho viviente. No creáis que no intenté calmarme antes de que me diera el susodicho tabardillo. Me detuve en una plaza y realicé ejercicios de relajación, me abalancé sobre la primera librería que encontré a mi paso e incluso me metí en una iglesia... pero al cruzar la calle un desconocido civilizado me pitó con el claxon y no se me ocurrió otra cosa que pararme en medio del paso de cebra y ponerme a gritar. Grité todo lo que mis pulmones de fumadora social y asocial me permitieron. Grité, y al terminar planté el culo en plena Gran Vía y me puse a llorar. Debí dar un fabuloso espectáculo porque la ambulancia y la policía se presentaron a los diez minutos.
Ahora estoy aquí, tan feliz y tan tranquila, con mi nuevo mejor amigo el señor gotero, que hace que de mi boca aflore esta sonrisa de anuncio de dentífrico. Estoy aquí, tumbada, pensando en cómo salir sin levantar sospechas. Hace mucho tiempo que no piso un hospital, así que espero que no se les haya ocurrido la brillante idea de instalar frente a las puertas automáticas algún tipo de maquinita detectora de fármacos. Estoy segura de que cualquier abogado de oficio preferirá que haya reemplazado el carné de conducir por un bolso repleto de ansiolíticos.
Ayer salí a pasear porque hacía sol, porque cuando camino puedo pensar tranquilamente y porque no tenía absolutamente nada que hacer. Sin embargo, por razones que desconozco y que habrá de explicarme mi psicólogo, lo que debía haber sido una estupenda tarde primaveral acabó convirtiéndose en una aversión irrefrenable hacia todo bicho viviente. No creáis que no intenté calmarme antes de que me diera el susodicho tabardillo. Me detuve en una plaza y realicé ejercicios de relajación, me abalancé sobre la primera librería que encontré a mi paso e incluso me metí en una iglesia... pero al cruzar la calle un desconocido civilizado me pitó con el claxon y no se me ocurrió otra cosa que pararme en medio del paso de cebra y ponerme a gritar. Grité todo lo que mis pulmones de fumadora social y asocial me permitieron. Grité, y al terminar planté el culo en plena Gran Vía y me puse a llorar. Debí dar un fabuloso espectáculo porque la ambulancia y la policía se presentaron a los diez minutos.
Ahora estoy aquí, tan feliz y tan tranquila, con mi nuevo mejor amigo el señor gotero, que hace que de mi boca aflore esta sonrisa de anuncio de dentífrico. Estoy aquí, tumbada, pensando en cómo salir sin levantar sospechas. Hace mucho tiempo que no piso un hospital, así que espero que no se les haya ocurrido la brillante idea de instalar frente a las puertas automáticas algún tipo de maquinita detectora de fármacos. Estoy segura de que cualquier abogado de oficio preferirá que haya reemplazado el carné de conducir por un bolso repleto de ansiolíticos.
domingo, 15 de marzo de 2009
(Sin título)
Empiezo por los dedos pintados de tus pies.
Avanzaría lentamente,
pero se ha hecho de día y estás por irte.
No hay tiempo.
Poco más de media hora.
Corro hacia el ascensor que lleva hasta tus nalgas.
Las desvisto al tiempo que mi mano repasa las vértebras de tu cuello.
Ignoro lo que pasa en tu cabeza.
¿Pero qué importa cuando el cuerpo responde cautivador a cada embestida?
Boca arriba, boca abajo.
Mi deseo materializado en fragmentos de piel blanca
que acarician la marca de tu bikini navideño
iluminando un pubis multicolor.
Cómo, dónde y cuándo:
será lo que tú quieras esta noche.
Ése es mi regalo de despedida.
Te cojo
y te recojo el pelo enmarañado,
las piernas de sirena bípeda,
las caderas de bailarina.
Placer disuelto,
licuado,
efervescente,
espumante,
infinito,
indefinido.
Llega un amanecer de treinta y cinco grados
a la sombra de unas sábanas impregnadas de oxitocina.
Y me bailas desnuda sobre la cama maltrecha.
¿Cuántas van esta noche?
He perdido la cuenta.
Pero te lo pido una vez más:
esgrímelo con fuerza,
enarbólalo sin dejar escapar una gota.
Después,
te dejo marchar,
te veo cerrar la puerta
y no soy capaz de enjugar tus lágrimas hemisféricas,
nostálgicas de sur.
Avanzaría lentamente,
pero se ha hecho de día y estás por irte.
No hay tiempo.
Poco más de media hora.
Corro hacia el ascensor que lleva hasta tus nalgas.
Las desvisto al tiempo que mi mano repasa las vértebras de tu cuello.
Ignoro lo que pasa en tu cabeza.
¿Pero qué importa cuando el cuerpo responde cautivador a cada embestida?
Boca arriba, boca abajo.
Mi deseo materializado en fragmentos de piel blanca
que acarician la marca de tu bikini navideño
iluminando un pubis multicolor.
Cómo, dónde y cuándo:
será lo que tú quieras esta noche.
Ése es mi regalo de despedida.
Te cojo
y te recojo el pelo enmarañado,
las piernas de sirena bípeda,
las caderas de bailarina.
Placer disuelto,
licuado,
efervescente,
espumante,
infinito,
indefinido.
Llega un amanecer de treinta y cinco grados
a la sombra de unas sábanas impregnadas de oxitocina.
Y me bailas desnuda sobre la cama maltrecha.
¿Cuántas van esta noche?
He perdido la cuenta.
Pero te lo pido una vez más:
esgrímelo con fuerza,
enarbólalo sin dejar escapar una gota.
Después,
te dejo marchar,
te veo cerrar la puerta
y no soy capaz de enjugar tus lágrimas hemisféricas,
nostálgicas de sur.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)