Empiezo por los dedos pintados de tus pies.
Avanzaría lentamente,
pero se ha hecho de día y estás por irte.
No hay tiempo.
Poco más de media hora.
Corro hacia el ascensor que lleva hasta tus nalgas.
Las desvisto al tiempo que mi mano repasa las vértebras de tu cuello.
Ignoro lo que pasa en tu cabeza.
¿Pero qué importa cuando el cuerpo responde cautivador a cada embestida?
Boca arriba, boca abajo.
Mi deseo materializado en fragmentos de piel blanca
que acarician la marca de tu bikini navideño
iluminando un pubis multicolor.
Cómo, dónde y cuándo:
será lo que tú quieras esta noche.
Ése es mi regalo de despedida.
Te cojo
y te recojo el pelo enmarañado,
las piernas de sirena bípeda,
las caderas de bailarina.
Placer disuelto,
licuado,
efervescente,
espumante,
infinito,
indefinido.
Llega un amanecer de treinta y cinco grados
a la sombra de unas sábanas impregnadas de oxitocina.
Y me bailas desnuda sobre la cama maltrecha.
¿Cuántas van esta noche?
He perdido la cuenta.
Pero te lo pido una vez más:
esgrímelo con fuerza,
enarbólalo sin dejar escapar una gota.
Después,
te dejo marchar,
te veo cerrar la puerta
y no soy capaz de enjugar tus lágrimas hemisféricas,
nostálgicas de sur.
domingo, 15 de marzo de 2009
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