No me preguntéis cómo sucedió todo porque apenas lo recuerdo. Es lo que tienen los secuestros, que se producen en mitad de la noche, cuando a una todavía le cuelga la legaña del ojo y aprovechan tu estado de aturdimiento y desorientación para ponerte la capucha con tanta rapidez que ni tiempo tienes de despedirte de las plantas. Aparecí horas más tarde en una habitación pequeña pero muy acogedora. Todo acabaría pronto si colaboraba. Eso dijeron. Nada más. Y minutos más tarde se presentó aquel tipo portando un hacha afilada. Empezó con el pie derecho, seccionando con cuidado. Se apreciaba por los cortes que tenía experiencia, diría incluso que rebanaba con cierta delicadeza; y cuando terminó con uno pasó al otro. Hasta ese momento yo había permanecido quieta en la silla, pues siempre los consideré prescindibles para mis operaciones aritméticas, pero es que luego quería también cercenar los de las manos. Y claro a eso tuve que negarme en rotundo:
- Mira, de haber venido antes, yo te los habría dado sin rechistar, al menos los de la izquierda, pero es que casualmente ahora necesito los de ambas manos. Y es que cuando me pongo a contar las personas en las que puedo confiar, los dedos de una ya no me bastan.
Gracias a todos los que, a pesar de mi evidente y recién estrenada cojera, no habéis pedido el libro de reclamaciones.
martes, 13 de enero de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
A metaforosearse!!
Demasiadas metamorfosis amor... ya sabes
Publicar un comentario