lunes, 29 de septiembre de 2008

Cuento número 5



Una tarde de verano, llamó a mi puerta una distinguida dama. En aquellos días, tenía por costumbre echar un vistazo por la mirilla antes de abrir, porque últimamente había estado rondando por mi casa un hombre con chándal azul y calcetines blancos empeñado en llevarme a su cama de palabrería inútil.
Pero allí estaba ella, elegantemente apoyada en el umbral de mi puerta. Le pregunté su nombre.
- ¿No lo adivinas? Pensé que me reconocerías.
- ¿Eres la muerte?
Salió de su boca una risita dulce de niña traviesa.
- Siempre con tus bromas…
(y yo hablando en serio)
- Soy tu felicidad. Te ha tocado el gordo.
(¡Madre mía! y yo con estos pelos…)
-Bueno y ¿qué hacemos?
- Podrías dejarme pasar.
- Sí claro… perdona.
Traía consigo un precioso aparato de bronce con un tubo que enchufó a mi ombligo nada más entrar. Supuse que el procedimiento consistiría en una especie de regresión al vientre materno, en el que el elixir mágico de la felicidad debía entrar directamente por el ombligo. El tubo haría las veces de cordón umbilical, pensé. Abrió una válvula y ahí me quedé, sentada. Siempre había imaginado que la felicidad sería sentir algo así como una absoluta paz interior. Pero siendo sincera, según iban pasando los minutos me sentía bastante incómoda con mi nuevo inquilino. El vestido me apretaba y al mirar mi barriga, vi que me estaba creciendo... Se hinchaba cada vez más. ¿Pero qué hacía esta mujer? ¿No habrá pensado que mi felicidad es tener descendencia? Intenté hablar… sentía que iba a explotar en cualquier momento. Pero de mi boca sólo salió un suspiro de sabor dulce. Lo único que estaba entrando en mi vientre era aire. ¿Sería la felicidad gaseosa?

Cuando terminó, cogió sus bártulos y se marchó. Y allí me quedé… embarazada de trillizos por lo menos. Supuse que, como cualquier materia, la felicidad también debía ocupar un espacio, así que intenté relajarme. Muy feliz muy feliz, no era… pero el estado de hinchamiento en el que me dejó hacía imposible pensar en ningún problema que me hubiera preocupado hasta entonces. Lo malo era que empezaba a tener unos gases terribles.

Y claro, que ocurrió…pues que poco a poco se me fue escapando la felicidad por el culo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

XDDDDDDD. Muy bueno!